La ciudad que nunca duerme

Me encontraba paseando por Central Park, por supuesto de noche, cuando ningún humano se atrevía a pasear por ese parque inmenso y peligroso. La única razón peligrosa era yo mismo en aquel momento, aunque no estaba ni lo más mínimo interesado en ningún mortal en esos momentos. No había presencia angelical allí, y tampoco percibía ninguna vampírica. Completamente relajado, me puse a caminar por uno de los innumerables paseos del parque, hacía una noche perfecta para ello, y yo no es que tuviese cosas que temer. Ni siquiera los ángeles menores podían conmigo, y la verdad es que los mayores tampoco me preocupaban demasiado. No me caracterizaba por ser un ser nervioso, más bien al contrario, despreocupado de todo.

Hacía un rato que había percibido un cambio en el ambiente, una fuente de luz que se acercaba rápidamente, y no era un ángel menor. Tenía mis sospechas para pensar que era Vehuiah, y cuando llegó hasta mi posición lo corroboré. Los humanos no andaban cerca desde hacía rato, más les valía. Me acerqué despreocupadamente hasta la posición de Vehuiah, sabía quién era perfectamente, yo mejor que ningún otro demonio podía ver claramente el aura de luz que salía de él. Me limité a clavar mi mirada en él, desprovista de sentimientos. Ni siquiera la cargué con maldad, era una mirada de indiferencia total, como si fuese un simple humano al que tuviese enfrente. No me preocupaba en absoluto, y tenía la certeza de que a él tampoco. Me apoyé en una de las farolas que alumbraban el parque, aguardando, y mostré una media sonrisa tan fría como el ambiente en el que estábamos. Parecía como si una tormenta fuese a fulminar un árbol en cualquier momento, pero no había tensión en absoluto, al menos no por mi parte.
-Vehuiah, ¿qué te trae a mi triste y lúgubre terreno?-inquirí con voz neutra.

-Me sorprende que digas que no hay nadie en peligro estando yo por aquí, señor mimado de Dios. Deberías tener amarrada tu lengua si no quieres que algún día alguien te la corte. Aunque por otra parte, me trae sin cuidado lo que alguien como tú pueda llamarme, he venido a ver cómo va el mundo, tan apestado de mortales como siempre, y cada vez con más inmortales en él. Resulta interesante ver cómo se va marchitando día tras día sin que vosotros, todopoderosos de los cielos, hagáis nada por mejorar a vuestras divinas creaciones-le contesté sin moverme del sitio.

Sonreí abiertamente.
-Es un discurso interesante para ser el dios de los ángeles, pero sabes que nunca podrás protegerlos de gente como yo. Además, tampoco yo me meto entre los mortales, de eso se encargan las criaturas a las que mando. Has de saber que sólo intervengo en contadas ocasiones y que sin duda no te gustaría que te mandasen a resolver una de ellas. En el fondo los humanos son bastante interesantes, manipularlos resultaba divertido al principio, pero ahora ya no tiene razón de ser, puesto que cada vez lo hacen más por sí mismos. De vez en cuando mis demonios salen a dar una vuelta y ya sabes, hacen alguna fechoría, nada importante. Si a alguno solo de ellos se le ocurriese desobedecerme desearía no haber nacido durante los siglos interminables que dure su castigo. Últimamente he observado movimiento en vuestro clan de protectores, así que decidí salir a pasear, y ya de paso echar un vistazo. ¿Qué me dices de los vampiros? Escapan a nuestras garras por doquier, y sin embargo tu dios no hace nada.-comenté despreocupadamente.

-Te rompería las alas tan despacio que querrías ir al infierno para que dejara la tortura. No cederé ante tus provocaciones Vehuiah, tengo varios milenios de sabiduría en esas cosas, y no me apetece pelearme ahora-contesté despreocupadamente.

-Vehuiah...¿me estás retando? Porque no te conviene lo más mínimo. Recuerda que estás en mi territorio, y que puedo chamuscar esas plumosas alas en segundos. Procura no enfadarme patito feo de dios, enviado a hacer el trabajo sucio siendo el dios de los ángeles. ¿Qué ocurre, les das risa a los demonios cuando te envían?-contesté secamente.
-Hay un par de servidores míos que quieren conocerte, tienes dos opciones, o desapareces de aquí, o te quedas y te estás calladito y sin decir sandeces-advertí clavando mi mirada en él.

-¿Sabes qué hago yo con tu poder celestial? Ahora tengo mi propio poder, y soy mucho más poderoso de lo que era antes. Te diría que la vida de mis múltiples siervos no vale gran cosa, pero en fin...deseo conservarlos con vida de momento, no los malgastaré en ti.-.

-¿Quieres que te dé trabajo? Si estás tan aburrido, pronto tendrás tu coliseo Vehuiah, pronto.-aseguré sonriendo abiertamente.

-No te preocupes, no hablaba de un espectáculo en el que fueses el protagonista-grité con una carcajada y andando en dirección contraria.